domingo, 15 de mayo de 2011

Hugo Fontela llevará su exposición al Centro Niemeyer de Avilés en Septiembre

Hugo Fontela tomará el testigo de Saura bajo la cúpula del Niemeyer con una exposición de obra alimentada en los lugares comunes del arquitecto brasileño. Será en septiembre. Antes sus pinturas se citan en Montserrat, Colonia y Atenas. Todas hacen escala en la gran manzana. 


Tengo ya tantos recuerdos de mi vida aquí como de mi infancia en España», dice Hugo Fontela (Grao, 1986) mirando por la ventana Nueva York, la ciudad en la que vive desde los 19 años, en la que crecen sus enormes cuadros y donde hacen escala necesaria para viajar al mundo. Hugo, a punto de cumplir 25, está en su estudio. Pinta «sin parar» cumpliendo el horario que se impone -casi con más placer que obligación- cada día, de lunes a domingo. Tiene, como siempre, un objetivo en sus pinceles y esta vez está cerca de casa, en Avilés, donde formó sus primeros intereses de óleo, bajo la tutela de Favila («mi mentor y maestro»). Se le espera en el Centro Óscar Niemeyer, a la vera de la ría, y para esa cita trabaja ahora. Allí colgará en septiembre, bajo la cúpula que hasta entonces habitará Carlos Saura, una colección de pinturas nacidas de su acercamiento al universo creativo e inabarcable del arquitecto que ha diseñado el espacio que le recibe. Fontela se ha pasado una temporada en Río de Janeiro tocando, respirando, mirando todos los lugares de Niemeyer. 
Su casa de las canoas, su estudio sobre Copacabana. «Me alimenté de todo lo que tiene cerca cada día y después he entendido su obra, que está allí mismo, en las montañas que rodean Río, en las formas orgánicas que envuelven la ciudad». Y de ese alimento ha nacido una serie, que como él mismo explica, tomó de ese entorno todo lo que le interesaba. Una serie en la que aún trabaja y que no trata de interpretar el mundo de Niemeyer, ni su alma de arquitecto, sino de pintar aquello que probablemente observa desde su ventana con vistas al mar. Restos de palmeras que van a morir a la orilla. Mares oscuros que invaden la arena casi blanca sorteada de pedazos de papiro incrustando su pequeña verticalidad en el plano. «Toda una debacle de la naturaleza», que ya llamó su atención a la orilla de la costa de México, cerca de Tampa y que ha crecido con nuevas vegetaciones inertes, pero llenas ya de «calma, belleza y tranquilidad». Una atractiva flora que revive en sus telas con nuevos recados. Todos serán enviados a Asturias, al lado de otras piezas creadas en 2009 y 2010. Y con todas una exhibición del proceso creativo. «Quiero mostrar cómo es el trabajo. Cómo la obra va tomando forma desde una idea a algo que muchas veces me sorprende a mí mismo». Habla Hugo Fontela, que pese a su juventud lleva a sus espaldas un impresionante bagaje de éxitos, desde su taller neoyorquino «más recogido de lo acostumbrado». 
Pero no por una cuestión de orden, sino de imperio de agenda. Un buen número de grandes lienzos han salido del nido y viajado para preparar con tiempo su próxima cita expositiva de este año en España. Será en julio, a partir del 14, en el Museo del Monasterio de Montserrat, donde la visión de su trabajo tendrá un punto de mirada al pasado que no habrá en la asturiana. En el bello convento benedictino Fontela expondrá medio centenar de obras, la mayoría de gran formato, realizadas entre los años 2004 y 2011, con una importante presencia de obra recién salida del taller, más cargada de materia, casi a modo de semilla, y con una vocación monocromática que augura un nuevo destino a su paleta, un «nuevo eslabón de la cadena». 
De intuirlo y explicarlo, argumentando también su pasado y transición, se encargará el verbo de Juan Antonio Bonet. Él será quien contextualice el trabajo y analice las pinceladas de esos seis años, que aparecerán reunidos en el monasterio gracias a la colaboración de varios coleccionistas particulares. «En realidad, la mayor parte de las 50 obras que expongo son de fondos privados», explica con un orgullo muy notable el pintor de Grado que se fue a Nueva York para dejarse «bombardear por la ciudad» y soltar allí «en libertad» su tensión creativa. Y contar allí «en libertad» las diferentes historias que pululan por sus series. «Unas historias a las que une una misma estética». 
Mientras relata su relación con Nueva York, Hugo toca sus pinturas. Le gusta sentir el tacto y escuchar el roce de su mano, que no llega a confundirse nunca con «los muchos ruidos que entran, como la luz» por las ventanas de su estudio. Lo hace entre un par de telas que esperan su primera impregnación «tiradas» en el suelo. Les aguarda una mezcla de papiro deshecho con el que crea las texturas que dan volumen a sus playas. No son las únicas obras en proceso. Cerca, otras tres dejan secar su primera capa, para recibir la segunda. Algunas de ellas vendrán al Niemeyer, otras viajarán a Grecia. Atenas está marcada en su agenda internacional en junio. Allí compartirá paredes con otros 30 creadores. Después vendrá una feria de arte en la ciudad alemana de Colonia. Pero la cita que aguarda con más deseo es la asturiana. Quedan casi seis meses por delante y en su mente ya ha visto su cuadros bajo la cúpula, donde, por cierto, no estarán colgados. Las sinuosas curvas de la gran sala de exposiciones diseñada por el arquitecto brasileño no lo permiten. Por eso quedarán «flotando, como anclados en el espacio», en una solución que quiere ser metáfora de su propia presencia en el lugar, ya que lo expuesto tiene parte de su alma unida a quien le dio forma mirando a Copacabana.


http://www.elcomercio.es/v/20110514/cultura/nueva-york-20110514.html 

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